.Midori parecía exhausta. Tenía el cuerpo desmadejado, la vista perdida en la lejanía. Apenas hablaba.
- ¿Estás cansada? - le pregunté.
- No, no es eso - dijo-. Hacía mucho tiempo que no me dejaba ir de este modo.
Nos miramos a los ojos. Le rodeé los hombros con un brazo y la besé. Midori tensó el cuerpo un momento, se relajó de inmediato y cerró los ojos. Nuestros labios permanecieron unidos unos cinco o seis segundos. El sol de principios de otoño proyectaba en sus mejillas la sombra de las pestañas, agitadas por un teblor casi imperceptible. Fue un beso dulce, cariñoso, sin ningún tipo de significado. De no haberme encontrado sentado en el terrado, al sol del a tarde, bebiendo cerveza y contemplando el incendio, no la hubiera besado, y creo que a ella le sucedía lo mismo. Al contemplar los tejados brillantes de las casas, el humo y las libélulas rojas, había brotado entre nosotros un sentimiento cálido e íntimo que, de manera incosciente, habíamos deseado materializar. Así fue nuestro beso. Sin embargo, era un beso que no estaba exento de peligro.
Tokio Blues, Haruki Murakami.